La industria láctea es una las más variadas en cuanto a productos y sistemas de fabricación se refiere. La innumerable cantidad de variedades de quesos, las cuajadas, los tipos de leche, los yogures… Cada uno de estos alimentos responde al empleo de unas materias primas diversas y a un proceso químico controlado.
En cuanto a esto último, adquiere especial importancia la aplicación de una temperatura adecuada para cada una de las fases de la producción.
Así, en el caso de la leche lo general es elevarla hasta 180ºC para que tenga lugar la pasteurización; mientras que el yogur pasa por un proceso de fermentación en cámaras calientes a 43ºC. De la misma manera, los quesos duros se someten a temperaturas de entre 33 y 55ºC, activando la acción de unas u otras bacterias.
Pero la intervención determinante de la temperatura no concluye aquí: esta es fundamental, entre otras operaciones, para la esterilización de los envases que contendrán los lácteos. Asimismo, y a pesar de que la vida útil de los lácteos varía enormemente de unos a otros, todos suelen conservarse entre 2 y 5ºC.
De esta manera, no es de extrañar que las naves dedicadas a la producción láctea cuiden celosamente sus temperaturas interiores y el nivel calorífico de sus herramientas. Solo así es posible asegurar una óptima fabricación y una refrigeración efectiva de los productos hasta su distribución para la puesta a la venta. Igualmente, los supermercados y demás establecimientos alimentarios tienen en cuenta las exigencias de conservación.
Pero, ¿qué tecnología se emplea para regular la temperatura de estos edificios? La respuesta habitual suele ser el aire acondicionado y otros sistemas de enfriamiento que funcionan eléctricamente.
Son estas algunas de las soluciones más extendidas que, sin embargo, resultan poco rentables a largo plazo, muy especialmente durante épocas de calor extremo como el verano.
Pensemos que el gasto energético de estos aparatos es bien alto, ya que no solo regulan la temperatura del aire interior de los edificios, sino que deben compensar la de sus estructuras internas y externas (paredes, vigas, cubiertas, etc.).
Ante estas circunstancias el mercado ofrece opciones alternativas, eficaces y más baratas. Tal es el caso de los aislantes térmicos como Cool-R, un revestimiento impermeabilizante y reflectante que protege las cubiertas del sol y del agua.
Se trata de una membrana líquida que reduce la temperatura bajo la cubierta hasta los 10ºC en los edificios sin aire acondicionado y que, combinada con este, favorece y multiplica su acción suponiendo un importante ahorro energético y económico.
Según la propia empresa, Cool-R reduce en un 70 % el calor de la cubierta. Para ello se vale de dos propiedades físicas: una emisividad de 0,85 y una reflectancia del 85,7 %.
Además, el revestimiento es resistente al viento y al polvo y tolera temperaturas desde los -30ºC a los 80ºC. En conclusión, estamos ante una solución fácil de aplicar y de garantía que, combinada con otro tipo de tecnología, es capaz de asegurar el entorno adecuado para delicadas producciones como las de la industria del lácteo.