En una experiencia única he podido constatar que la generación actual es muy sensible a los bebes y a la alimentación de los mismos. A pesar de la crisis y pérdida de valores ocasionada por un desgaste en las relaciones humanas derivado de un capitalismo atroz, somos todavía una especie donde prima la generosidad y la bondad. En una frenética gira de conferencias, la reacción de los establecimientos ante la necesidad de disponer de biberones para los más peques de la expedición ha rozado la perfección. Nos confirma que el ser humano es bueno, que nos ayudamos en cuanto vemos fragilidad y ternura, y que tenemos que apoyarnos en dichos sentimientos para dar salida como sociedad al apoyo de los emprendedores.
Los emprendedores también necesitamos que nos ayuden. No en forma de subvenciones, tal y como dice Enrique Dans en un interesante artículo. Estas no hacen más que distorsionar el buen hacer teórico de todo proyecto emprendedor y de la valía de sus promotores. Pero si que es verdad que los emprendedores tenemos que recibir de vez en cuando esta ternura que se muestra con los que más lo necesitan.
Tenemos que ver a los emprendedores como los gladiadores de este siglo, los únicos que son capaces de regenerar las ideas, los proyectos, la oferta tanto cultural, social como tecnológica. Y hay que valorarlos en su justa medida, que es la más grande de todas porque son los valientes, los que arriesgan lo cierto por lo incierto, los que luchan y toman decisiones en momentos complicados como los actuales.
Entre todos tenemos que sobrevalorar a dichos emprendedores. Tratémoslos como grandes personas, que necesitan de nuestro cariño para sentirse arropados en todo su proceso evolutivo profesional.
También hay excepciones y justo de comentarlas para que puedan corregir dicho comportamiento. El Hotel Saray de Granada no supo ver esa ternura, cosa que si hiceron los restantes 18 establecimientos a los que se les solicitó rellenar el bibe (siempre con la idea de abonar dicho biberón pero que no se cobró en ninguno de ellos).