Mi primera experiencia como emprendedor fue cuando tenía 16 años. La labor que tenía encomendada era la de colgar carteles electorales. Me presenté a la convocatoria de jóvenes que querían ganarse unos de las entonces pesetillas. Fue durante dos largas noches donde simplemente teníamos que empapelar cualquier muro, pared o superficie urbana con enormes papeles que invitaban a votar al partido político en cuestión.
Cuál fue mi decepción que al final del trabajo apenas me dieron 12 euros. Ahí aprendí que tenía que espabilarme, que el mundo está controlado por unos pocos que se apropian con las plusvalías y del trabajo de los demás.
Ese día empecé a darle vueltas a como generar mi primer proyecto empresarial. Dentro de mí surgió un positivismo y una palabra que define el carácter emprendedor ante adversidades. Ese «sí» que tantas veces marca la diferencia entre quedarse de brazos cruzados y pasar a la acción
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