Soy Ferran González. En cifras, tengo 43 años, tres niños que empiezan a mirarme desde arriba, y una esposa que, no sin mérito, sigue aguantándome después de 20 años.
Después de dar unas cuantas vueltas, finalmente vivo en Barcelona (uno de los mejores lugares del mundo para establecerse, sin duda).
Me formé para gestionar la empresa familiar que fundó mi padre pero, después de muchos años trabajando como ejecutivo en otras compañías, acabé por co-fundar mi propia empresa, Beagle Consulting.
Lo hice a propuesta de Alex Sixto, un compañero de trabajo con el que ya desde entonces compartíamos una forma muy parecida de ver las cosas y, sin el cual, este proyecto hoy ni siquiera sería una idea.
Ahora nos dedicamos a la consultoría de negocio, aportando valor a través de un modelo propio que nos ha permitido crecer, hacer las cosas como pensamos que deben de hacerse, y sentimos orgullosos tanto de nuestros resultados como de nuestras contribuciones a los éxitos de nuestros clientes.
1.- ¿Qué te llamó la atención de ser Emprendedor?
No recuerdo a quién le oí decir en una ocasión que “el talento tiene mucho que ver con lo que te apasiona” (y, viceversa, obviamente). En cualquier caso, lo suscribo totalmente. Y ser emprendedor es, probablemente, la mejor forma de desarrollar y aprovechar tu talento porque te permite dedicarte a aquello que te apasiona.
Ser emprendedor te permite impulsar y participar en proyectos en los que crees, tanto en el fondo como en la forma… tú eres quién toma las decisiones fundamentales, y eso asegura su autenticidad y que para ti el proyecto tenga sentido, no sólo por el resultado que produce sino también por el “cómo” se consigue.
El emprendedor moldea necesariamente la cultura corporativa de su proyecto, transfiriendo a la misma los principios y valores que conforman su perfil como persona y como empresario. Esto hace que tu contribución sea más trascendente y que, de forma natural, te sientas mucho más cómodo, en “tu” proyecto, ya que éste tiende a atraer personas (el equipo, los partners y aliados, los clientes…) que valoran y comparten ampliamente esos mismos principios y valores.
Además, si las cosas salen suficientemente bien, emprender no sólo permite que los que “viajamos en el mismo barco” nos ganemos bien la vida, sino que también permite que nos sintamos orgullosos de lo que estamos construyendo. Poder sentir orgullo de lo que haces suele “marcar la diferencia” en términos de verdadera implicación y compromiso, y propicia un potente círculo virtuoso en el que ambos efectos (resultados y motivación) se retroalimentan mutuamente.
2.- ¿Viven mejor los emprendedores?
Eso depende de lo que para cada uno signifique vivir mejor y de lo que uno define como éxito, tanto a nivel empresarial como personal. Si en el “saco” de vivir mejor uno incluye conceptos como libertad de acción y de decisión, o una menor necesidad de dedicar tiempo a la “política”, o la capacidad de poder enfocarse a lo que uno (y no a su jefe) le parece realmente importante, entonces definitivamente se vive mejor como emprendedor… si el saco está lleno de conceptos como seguridad a corto/medio plazo (la nómina de cada mes), el prestigio de trabajar en una compañía grande o conocida (cuando eso es así), o las prerrogativas del estatus y el lujo asociado a las posiciones directivas (en algunas compañías), entonces se vive peor como emprendedor.
En cualquier caso, y aunque las capacidades para emprender son significativamente diferentes de las necesarias para gestionar un proyecto en “velocidad de crucero”, la comparación entre ambos escenarios alternativos (el de emprendedor vs. el de ejecutivo) debe hacerse presuponiendo que son equivalentes en términos de “resultado” (no vale comparar una carrera “exitosa” como ejecutivo, con un proyecto emprendedor “mediocre”, ni viceversa).
En mi opinión, también hay que tener en cuenta que el reto es casi siempre más difícil para el emprendedor, por el simple hecho de que es más sencillo ser un ejecutivo en una compañía ya consolida. Cuando una compañía ha sido capaz de superar, con un cierto grado de éxito, la complicada etapa de arranque (en la que la tasa de mortalidad es tan elevada) significa, al menos, dos cosas: por un lado que, en su día, un emprendedor ya lidió con todas las dificultades adicionales y específicas de emprender, y por otro, que el concepto de negocio se apoya sobre los sólidos cimientos de una propuesta de valor reconocida y aceptada por el mercado, lo que permite, al menos a corto plazo, “absorber” y “esconder” no pocos errores de gestión. Emprender, en cambio, permite muy, muy pocos errores…
3.- ¿Cuáles fueron las excusas que encontrabas para no emprender antes?
Imagino que la experiencia que viví desde muy pequeño como hijo de un emprendedor, inoculó en mí el gusanillo entrepreneur, a la vez que condicionó mi visión del mundo de la empresa con aspectos tanto positivos como negativos de lo que implica ser empresario y emprendedor. Echando la vista atrás, creo que fueron tres las principales razones (excusas o no) que, de forma conjunta, me hicieron tomar con suma prudencia la decisión de “saltar a la piscina” de forma definitiva:
a. Coste de oportunidad a corto y medio plazo. Durante más de quince años estuve trabajando “en línea” para diferentes compañías, y las cosas me fueron bien. Tuve suerte y resultados desde el principio y de forma continua, lo que me hizo “crecer” profesionalmente de forma rápida hasta posiciones de primer nivel en compañías prestigiosas. Renunciar a todo lo que eso implica es una decisión difícil, especialmente si tu enfoque profesional es cortoplacista.
b. La idea. Parecía que nunca llegaba esa idea genial, esa “iluminación”, que me hiciera ver tan clara la oportunidad que me llevara a dejarlo todo por ella. Visto con perspectiva, creo que son muy pocas las ideas verdaderamente originales y que, en muchas ocasiones, las mejores ideas para un nuevo negocio no son más que la identificación de una oportunidad que se basa en una necesidad mal cubierta… cuándo se ve claramente, seguramente es porque se tiene la capacidad de resolver adecuadamente la situación, aportando valor. A veces, algo muy relevante y nada evidente para otros, parece trivial y de poco valor a nuestros ojos, y eso es precisamente lo que genera una oportunidad a la vez que, paradójicamente, nos hace difícil verla a nosotros mismos aunque estemos en un óptima posición para aprovecharla.
c. Mis carencias y los compañeros de viaje. Creo que nunca me he sentido capaz de impulsar un proyecto empresarial en solitario. Hasta que no estuve seguro de contar con los compañeros de viaje adecuados, con las capacidades de gestión complementarias y, sobre todo, con los que podía compartir a largo plazo un “espacio reducido” (la copropiedad y la cogestión de una empresa) no me decidí. Y eso no ocurrió hasta después de haber trabajado juntos durante algunos años y haber desarrollado, de forma natural, una relación de plena y mutua confianza, tanto profesional como personal.
4.- ¿Qué es lo que más valoras de tu nueva vida como Emprendedor?
Profesionalmente, poder decidir a qué dedico mis esfuerzos durante la mayor parte del tiempo, haber podido escoger a los “compañeros de viaje”, y haber sabido diseñar, consensuar y adaptar a medida que ha sido necesario, unas reglas de juego que nos permiten funcionar como un verdadero equipo.
En lo personal, no puedo decir que, al menos de momento, haya podido liberar mucho más tiempo para mi familia (aunque, de hecho, trabajo menos que en la mayoría de mis anteriores etapas como ejecutivo, y lo hago con mucha mayor eficiencia)… esta sigue siendo mi asignatura pendiente. Sin embargo, dedicar mi tiempo “profesional” a un proyecto empresarial con el que me siento plenamente identificado, es muy gratificante.
5.- ¿Qué le recomendarías a alguien que se está pensando el empezar a emprender?
a. Cuidado con las falsas motivaciones.
Antes que nada, mucho cuidado con las falsas motivaciones que puedan esconderse en los recovecos de nuestra personalidad, o de las circunstancias coyunturales. Por ejemplo, ser emprendedor, y dejar de tener jefe, no quiere decir que se pueda ir por el mundo de “llanero solitario”… si el motivo fundamental para dejar una organización, e intentar emprender, es que uno no se entiende con nadie, mejor que antes intente solucionar el problema de fondo porque de otra forma el fracaso está prácticamente garantizado (el emprendedor es, por definición, alguien que alinea recursos de todo tipo, que depende de otras personas, para conseguir un objetivo). Tampoco es la mejor garantía de objetividad para valorar una oportunidad empresarial, encontrarse sin alternativas profesionales… cierto que “la necesidad crea el órgano”, y que cuando uno tiene poco que perder es más fácil arriesgar, pero también es algo fácil de percibir por los demás y que puede engañarnos a nosotros mismos, así que, si esta es la situación, mayor motivo si cabe para hacer un “double-checking” antes de poner la primera…
b. Preparar el “examen” y hacerlo en buena compañía.
Si estamos seguros de que la motivación principal no esconde trampas mortales, lo más importante es hacer bien los “deberes” antes de “presentarse al examen”. No hay que desanimarse por la amplitud y profundidad del “temario”… hay que ser tenaz y perseverante. Si es necesario hay que buscar apoyo en terceros (lo cual suele ser más que recomendable), pero hay que hacer los deberes porque el examen no será fácil. El tribunal suele ser duro ya en primera instancia, cuando el proyecto requiere inversores y estos analizan el proyecto con lupa antes de invertir su dinero, pero el verdadero examinador, al que no se le pasa ningún detalle, es el mercado y la tozuda realidad con la que tendrá que vérselas el emprendedor una vez se ponga en marcha.
Cuando el proyecto requiera de una fuerte inversión, probablemente se justificará y será recomendable, si no imprescindible, contratar una consultoría que aporte recursos expertos adicionales y complementarios, además de visión externa y de contribuir a generar credibilidad ante algunos interlocutores… sin embargo, independientemente del “tamaño” del proyecto, nunca está de más preguntar a amigos o conocidos de confianza que pueden completar nuestra idea con aportaciones relevantes y abrirnos los ojos con relación a riesgos que no hemos identificado. Bien sea fruto de la arrogancia, o de la presión que ejerce sobre algún emprendedor, ajustarse al cliché del emprendedor “superhéroe” (que debe ser totalmente autónomo y autosuficiente, que debe saber de todo y lo suficiente para no necesitar a nadie más), no suele funcionar… “cocinar” en solitario no es buena idea a la hora de diseñar una nueva empresa. Por supuesto, una cierta dosis de seguridad en sí mismo es necesaria para emprender, pero en mi opinión, suele pecarse por exceso, más que por defecto.
Los deberes son muchos. Nada asegura el éxito, pero la cantidad de cosas que pueden fallar son también muchas… más de las que podemos imaginar, especialmente si nunca antes hemos emprendido, así que planificar es tan importante como ejecutar y, en general, aunque no suficiente, es una condición necesaria. La improvisación es mala compañera de viaje, y siempre acaba colándose en el barco como polizón, por mucho que intentemos dejarla en tierra… así que cuanto menores sean las grietas por las que pueda atravesar el caso una vez en alta mar, mucho mejor.
No basta con identificar una buena oportunidad empresarial (necesidad que cubriremos y volumen de la demanda), y a dónde queremos llegar con ella. Ni con tener muy clara la idea de negocio que hay detrás y que determina quienes son nuestros clientes, qué valoran y cómo compran. Ni con identificar y conocer, al menos mínimamente, cómo son y cómo pueden reaccionar nuestros futuros competidores. Esto sólo es parte de las reflexiones y del análisis que tenemos que hacer para diseñar una estrategia exitosa para el negocio que queremos emprender. Falta pensar en las operaciones… en el marketing… en los recursos humanos… en la organización… en los procesos… en las ventas… en las finanzas… en los aspectos legales…
Diseñar la estrategia (Plan Estratégico) y las operaciones (Plan de Operaciones) del proyecto, es tan importante como planificarlas, es decir, pensar en todo lo que habrá que hacer, quién lo hará, cuándo lo hará, y cómo lo hará (Plan de Acción) y ejecutarlas adecuadamente (la gestión en sí misma del negocio). Así mismo, evaluar los recursos necesarios para llevarlo a cabo (económico-financieros, conocimiento-talento, tiempo), así como modelizar económica y financieramente en un Plan de Negocio las hipótesis que subyacen a la estrategia y a las operaciones, es clave para dar sentido económico al proyecto e identificar las claves del mismo desde una perspectiva cuantitativa, y es especialmente imprescindible cuando se pretende involucrar recursos de terceras personas a las que se pretende captar como inversores.
c. Intuición y criterio propio.
Me parece de prudencia elemental reflexionar todo lo posible antes de ponerse en marcha, y utilizar todo el “sparring” posible para comprobar, al menos conceptualmente, que nuestra idea no tiene fisuras relevantes… pero también es cierto que si acabamos haciendo caso de todo lo que nos digan demasiadas personas diferentes, acabaremos bloqueados en una encrucijada de opiniones dispares e incluso contradictorias.
Cuando solemos pedir consejo, lo hacemos a aquellos en los que confiamos y cuyo criterio profesional nos parece acertado (seguramente porque acreditan algún éxito en su haber)… y eso es lo que hace sus opiniones valiosas pero, a la vez, peligrosas… se apoyan firmemente sobre la base la confianza que nos transmiten y del éxito conseguido (¿quién se atreve a discutirlas?)… pero la mayoría solemos opinar condicionados por nuestra propia experiencia, y ésta, además de ser bastante difícil de analizar y de transferir, no suele ser extrapolable ni tiene porqué explicar adecuadamente las verdaderas causas de nuestro propio éxito, ni mucho menos de los factores que determinen el de los demás.
Así que también es importante una cierta dosis de intuición y de autonomía de criterio. Hay que escuchar mucho, prestar atención y valorar lo que se nos dice, pero luego actuar como nos dicte una equilibrada dosis de nuestra propia razón y de nuestra propia intuición.
d. Realismo.
Es verdad que muchas ideas brillantes que han generado éxitos emblemáticos y sorprendentes, no hubieran pasado el “test de seguridad” ordinario, ni el sparring intensivo de terceros (que de forma “conservadora” hubieran pronosticado erróneamente el desastre más absoluto)… pero no es menos cierto que los éxitos excepcionales que suelen inspirarnos y que a veces nos animan a emprender, son, como su propio calificativo indica, excepciones, y que la mayoría de ideas “diferentes” que se han puesto en práctica, están hoy descansando en paz… No pretendo hacer apología de la falta de creatividad, pero sí del sentido común. Nadie que empieza un negocio piensa que va a ser un fracaso, pero o las cosas tienen sentido, o acaban por ser insostenibles… es cierto que a veces es difícil evaluar algunas circunstancias, pero en muchas otras ocasiones se hubiera podido evitar algún que otro desastre, sólo con haber hecho un ejercicio no demasiado exigente de realismo antes de dar un paso en falso.
e. Introspección.
En cualquier caso, si tuviera que destacar algún aspecto sobre el que reflexionar a fondo antes de tomar una decisión, este sería sin duda el de las capacidades y el compromiso del equipo, empezando por las del propio emprendedor. Conocerse a fondo a uno mismo (sea yo sólo o al conjunto del equipo emprendedor) implica saber en qué somos buenos pero, muy importante también, en qué no lo somos… ¡y no hay nadie que sea bueno en todo!… Identificar y evaluar adecuadamente nuestras capacidades, tanto de ámbito estratégico como operativo, y que estas sean relevantes para el éxito del proyecto, nos permitirá tener un elevado grado de confort para tomar algunas decisiones importantes. Pero sólo identificando también nuestras carencias podremos ser conscientes de aquellos ámbitos por los que se nos pueden “colar” riesgos que deben ser analizados adecuadamente antes de arrancar el proyecto. Y, por cierto, haber tenido éxito profesional por cuenta ajena, no garantiza para nada el éxito como emprendedor… a priori es ilustrativo de experiencia, capacidades de gestión y otros factores positivos, pero no garantiza que se aporten todos los específicamente necesarios para emprender (de hecho no suele ser lo habitual, y la historia está llena de ejemplos de ello… de la misma forma que muchos emprendedores, una vez su negocio ha superado la fase de crecimiento inicial, suelen tener problemas para gestionarlo adecuadamente, ya que las capacidades críticas para gestionar la consolidación, y el crecimiento a partir de esa dimensión, suelen ser diferentes a las necesarias para emprender).
En resumen, emprender es algo formidable y puede ser la mejor opción para muchos que, por desgracia, quizá no lleguen a elegir… sin embargo, a veces hay motivos de peso para no hacerlo, y es mejor llegar a esa conclusión antes de haber comprometido una cantidad de esfuerzo, recursos, tiempo y prestigio, que pueden no ser suficientes para tener éxito… es decir, emprender ¡sí!, ¡por supuesto!… pero haciendo las cosas bien y tomando precauciones.