Ernesto lo tiene claro. Es feliz y no se arrepiente en nada de su decisión de emprender.
Después de 10 años como emprendedor en su propio negocio cree que es un afortunado por lo bien que se siente y vive.
Pero sus clientes aún lo son más al poder recibir de Ernesto todo su arte y profesionalidad como terapeuta.
Ernesto Alma empezó su profesión por la vocación que tenía en ser terapeuta. Sus inicios no fueron justamente en esa profesión. Ayudaba al negocio familiar que resistía el empuje de la grandes empresas de la distribución.
En sus ratos libres, estudiaba para ser un día un especialista en el ramo de la asistencia sanitaria debido a sus habilidades especiales obtenidas a través de la formación y cualidades humanas.
Estudió con profesionales de la rama americana y francesa y se empapó de experiencias y tratamientos de estas culturas. También hizo lo propio con la cultura asiática en el campo de la acupuntura y yoga. Todo esa formación le dotó de fuerzas para empezar su propio proyecto.
Tan pronto como finalizó los estudios, emprendió su propio negocio de terapeuta a domicilio. Se desplazaba (con su camilla portátil) allí donde lo requerían y realizaba la terapia correspondiente de asistencia en las casas particulares de sus clientes.
Lo combinaba también con trabajos como free-lance en clínicas y servicios médicos que requerían un especialista en la materia como las federaciones deportivas entre otros. Además seguía ayudando al negocio familiar.
Cuando la familia le planteó la necesidad de heredar el negocio, Ernesto tuvo claro que tenía que seguir su pasión, así que se descolgó del negocio de los padres. Ya tenía suficientes clientes que le llenaban su agenda semanal. La vida le iba muy bien profesionalmente.
Pero la decisión no le fue fácil al tener que descartar lo que le dejaban como un negocio hecho y romper un vínculo no siempre fácil de desligar. Muchos potenciales emprendedores no acaban de serlo por cuestiones que impiden seguir la pasión real de cada uno.
Sin embargo, a Ernesto se le complicó la vida justo cuando hacía los 38 años. Problemas que hizo que cayera en una situación complicada a nivel de autoestima y estabilidad. Lo había perdido todo menos sus manos y su gran profesionalidad como terapeuta.
Se volcó en su profesión y empezó de cero nuevamente. No tenía nada a que agarrarse. Tomó la decisión de ir para adelante y arriesgó. Alquiló un pequeño piso para montar su propia consulta y esperar a que los clientes llegasen nuevamente.
Los primeros días no aparecían, pero su tenacidad y arte como terapeuta hicieron que pronto los clientes empezasen a llegar. Era primavera y su vida parecía que empezaba a sonreir de nuevo.
10 años más tarde, Ernesto es posiblemente uno de los mejores profesionales de su sector (yo creo que el mejor). Acuden a su consulta deportistas de élite.
También los pacientes derivados de clínicas y otras consultas que buscan la segunda opinión ante un problema muscular del paciente. Él los recibe a todos. Y después de unas pocas sesiones, les da el alta con una sonrisa que invita a volver. Qué injusto esto de la relación con el personal sanitario. Solo se les va a ver cuando hay un problema.
Como emprendedor que es, Ernesto vive la vida de forma intensa. Cada día que sale de casa, se da las gracias por lo afortunado que se siente al poder disfrutar de ese día.
Además, los miércoles se los dedica para él. Emula a otros emprendedores en querer vivir mejor. Nadie le ha regalado nada y transmite sentimiento a todos aquellos que se dejan caer en su camilla para repararse un daño muscular.
Es tan bueno que da la sensación de que te cura cuando quiere con lo que las visitas a su consulta las programa él en función de no se sabe qué.
Bueno Ernesto posiblemente si lo sabe pero es su secreto profesional. Con una agenda llena cada día, dice que le queda poco para jubilarse, aunque seguirá en el mundillo por la pasión que tiene por lo que hace.