En su discurso de nominación a Presidente de los Estados Unidos, Obama comentó que el mundo estaba cambiando y que debíamos cambiar con él. La era de los comportamientos basados solo en el enriquecimiento personal deben acabar. Tenemos que poner énfasis en la capacidad de ilusionarnos por lo que hacemos, de disfrutar de la vida hoy, y de tomar las decisiones que sean necesarias para que la felicidad sea algo propio de nuestra personalidad.
No es el caso de Hector.
Estuve con Hector la semana pasada. Lo vi triste, cansado, sin ganas de afrontar un nuevo año, como un zombie que camina sin rumbo y trabaja sin sentido alguno. Solo con una obsesión: ganar más dinero. Le pregunté de cómo le había ido, si la crisis le había afectado de lleno y qué le había deparado el 2008. Me contesto que le había ido mal, que no ganaba lo suficiente para tirar adelante y que no le compensaba seguir trabajando por cuenta propia. Y a la pregunta atrevida por mi parte de cuánto había ingresado, me contesto que 140.000 euros netos antes de impuestos. Toda una fortuna pensé.
Hector es emprendedor pero con una escala de valores totalmente equivocada. Su horario es de 9 a 9, sin apenas descanso. Tiene 40 años y su vida no es la que serviría de ejemplo para los demás. Es más, diríamos que es lo que NO HAY QUE HACER.
¿Cómo puede ser que con ese dineral no tenga suficiente? Tenemos que reinventar las prioridades de las personas. Hay que volver a la capacidad de enamorarse de las cosas, por muy pequeñas que sean e independientemente de su valor. El amor es ciego, es insensible al precio y al dinero y es innato al ser humano. Cuando uno cree en el amor, es capaz de contagiar ilusión y energía positiva. Y todo esto se transmite en los proyectos de la mayoría de los emprendedores que disponiendo de pocos recursos son capaces de disfrutar de su tiempo, de su trabajo-proyecto, de su felicidad.
No es el caso de Hector.
Que sirva este ejemplo para todos aquellos que estando en una vida plena de materialidades, se encuentran vacíos de amor. Tienen que reflexionar y dar el paso para dotarse de un carácter menos codicioso y más sensible a las pequeñas cosas que hacen bonita esta vida.