Esta es de aquellas historias que te cuentan y te motivan porque la ves cercana a tí. La historia de Anabel es la de una persona que ha estado trabajando toda su vida sin apenas oportunidades. Hasta que llegó ese día en que decidió emprender.
Anabel se había casado y tenido un hijo pero su matrimonio no funcionó y acabó separándose. Conoció a Francisco del que se enamoró. Se fueron a vivir juntos. Él disponía de una empresa propia y le daba para mantener el hogar. Estuvieron 20 años juntos hasta que el amor se enfrió y la pareja decidió separarse. Fue el empezar de nuevo de Anabel. No tenía estudios, no tenía experiencia laboral, no conocía a nadie y estaba sola con su hija.
Con 45 años no tuvo más remedio que ponerse a limpiar escaleras. Llevaba un año de duro trabajo, bregándose a fondo pero con tiempo calibrando una mejor vida lejos del polvo y la tristeza que te proporciona un trabajo poco cualificado. Su hija entonces le comunicó un día que esa noche llegaría tarde puesto que le había salido un trabajo consitente en vigilar vallas publicitarias para espacios reservados para anuncios de televisión. Las mismas servían para delimitar el espacio a filmar y evitar que se aparcara y ocupara en dichos espacios.
Al finalizar la semana, su hija le había explicado con pelos y señales los detalles de aquél misterioso trabajo. La clave de dicho negocio no era sólamente vigilarlas para que no te las robaran, sino la gestión de las horas muertas (tiempo entre anuncios). Y de esto Anabel sabía al comprender muy bien lo que significaba no estar operativa en sus tiempos de limpieza de escaleras. Otros negocios como el de la publicidad por Internet funcionan igual, es decir, el tráfico de las páginas de ayer ya no se puede vender publicitáriamente pero esto lo explicaremos otro día en la sección de Herramientas de Emprendedores.
Anabel, ni corta ni perezosa se dispuso a tomar una de las decisiones más importantes de su vida. El negocio en cuestión no planteaba grandes retos ni conocimientos que no pudiera adquirir o aprender. Así que pidió 10.000 euros de préstamo a su ex-marido y compró un lote de vallas.
El negocio estaba controlado por un par de empresas y la ciudad de Barcelona estaba en pleno apogeo de anuncios de televisión que se rodaban en plena calle. Anabel irrumpió con su lote recién comprado de vallas publicitarias y las ofertó al mejor de los precios. Sin esperar ninguna sorpresa, los resultados vinieron enseguida. Se las contrataron por todo un año. Compró un segundo lote, y un tercero. Se convirtió con los meses en la mejor de las empresas que operaba en el mercado catalán de vallas publicitarias para el rodaje de anuncios de TV en plena calle.
A los pocos meses devolvió el préstamo a su ex, se pudo comprar un piso en la zona alta de la ciudad y una segunda vivienda para los fines de semana. Para muchos, un negocio tonto donde los haya, pero que Anabel supo aprovechar para emprender el proyecto de su vida. Hemos visto con anterioridad que lo importante es lanzarse. Felicitar a Anabel y su hija Telma que supo alimentar el talento de su mamá cuando ni ella posiblemente creía en él.